La formación en
valores del ajedrez se sustenta en cuatro pilares fundamentales:
AUTOCRÍTICA
En cada error hay una
oportunidad de mejora y acierto. Esta proposición se cumple en el ajedrez
sin excepción. Porque todos los jugadores, desde el principiante al Campeón del
Mundo, cometen imprecisiones. Savielly Tartakower, Gran
Maestro y uno de los más célebres genios del tablero, decía que “en
ajedrez, el vencedor es quien hace la jugada siguiente al último error”.
El ajedrez, sin duda,
fomenta la autocrítica, la reflexión y el sentido crítico.
CONTROL DE LOS
IMPULSOS
En la vida, cuando te
enfrentas a situaciones adversas, o de máxima exigencia, es fácil que
perdamos el control de lo que nos rodea y, en ocasiones, de nuestros propios
actos. Es algo muy parecido a lo que ocurre en un tablero de ajedrez
cuando el otro bando nos presiona el rey con sus piezas, vemos
que nos queda poco tiempo en el reloj y sentimos que estamos muy cerca de
perder la partida. Lo más posible es que movamos la primera jugada que se
nos viene a la cabeza, sin valorar la posibilidad de que haya una
segunda opción que tan siquiera nos libre de esa situación de no-control. Le
hacemos caso al impulso para no sentir esa presión, pero olvidamos la
reflexión.
Con la práctica
frecuente del ajedrez estos mecanismos de control de la impulsividad se van
trabajando, siempre que la enseñanza vaya acompañada de una metodología
adecuada.
AUTOESTIMA
La enseñanza del
ajedrez es un proceso de ritmo lento, pausado, en el que entran en juego (nunca
mejor dicho) muchas variables y se desarrollan, de un modo inherente,
múltiples habilidades cognitivas. Es por ello que, como en la música, los
progresos del jugador sean graduales, pero al mismo tiempo también alcanzables,
lo que redundará en el concepto de sí mismo, de su nivel de juego y su
autoestima.
Cualquier persona
puede aprender a jugar ajedrez y con ello irá desarrollando estrategias que le
ayudarán a obtener pequeñas recompensas. En este sentido, se conocen
experiencias con colectivos vulnerables y en claro riesgo social (indigentes,
reclusos, adictos u otros grupos de exclusión) con resultados muy
positivos.
En el ámbito escolar,
un alumno que juega al ajedrez gana en confianza y aprende a que acumular
pequeñas ventajas, principio básico en el tablero, le servirá
para lograr su objetivo final de aprendizaje en otras materias lectivas.
AFÁN DE LOGRO
Relacionado con el
anterior, este valor implica los deseos de superación personal. Cuanto más
sabes, más quieres conocer. El ajedrez, en contraposición a otros modelos
integrales de educación, parte con la ventaja de ser un juego y, por tanto,
incorpora un aspecto lúdico que ayuda, digamos que de forma indirecta, a que el
jugador experimente un deseo natural de seguir mejorando, lo que retroalimenta
todos y cada uno de los valores ético-cívicos que hemos descrito.
Al mismo tiempo, el respeto
a las reglas constituye la base de la pirámide. Es decir, las reglas surgen como un elemento necesario que iguala la
partida, las opciones de perder y ganar en ambos lados del tablero.
El ajedrez es conocido como el noble juego. Y es
por eso que el alumno que está dando sus primeros pasos empieza y
termina su batalla intelectual ofreciéndole la mano a su rival,
respetando al “contrario” (aunque habría que afinar el término, por cuestiones
pedagógicas) y reconociendo, de este modo, la validez de unas reglas
que son incuestionables.
La transferencia de
este tipo de valores (respeto, autocrítica, control de los impulsos, autoestima
y afán de logro) al mundo real, a la vida misma, es algo que el jugador de
ajedrez realizará de forma inconsciente, toda vez que va creando un patrón
de comportamiento válido, dentro y fuera del tablero, capacidad
esta que le ayudará en su desarrollo integral en la escuela, la
familia y la sociedad en su conjunto.